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Lo ocurrido en la Feria del Libro de Miami invita a reflexión

Lo ocurrido en la Feria del Libro de Miami invita a reflexión LAS VARIAS CARAS DE EVA

En la Feria de Miami la señora Zoe Valdés se comporta siempre como una damisela, avisada sobre lo pacatos que son todos en esa ciudad. Allí canta fragmentos de misas en sus presentaciones. Para oírla hablar como escribe, hay que darse un viajecito por España.

Juan Carlos Estrada EE.UU.

¿Payasos o escritores?

No sé dónde o quién comenzó la moda, si será una tendencia resultado de la nefasta influencia de la televisión a «espectacularizarlo» todo o de los reclamos de los departamentos de marketing de los grandes grupos editoriales. El caso es que cada vez es más frecuente que, en las presentaciones públicas de sus libros, muchos autores se comporten más como verdaderos bufones que como creadores literarios. En lugar de atrapar la atención y el interés de los asistentes hablándoles de la naturaleza de sus obras, de sus procesos de creación y de sus intenciones al escribirlas, se dedican a provocar las carcajadas con chistes gruesos y de mal gusto, diciendo palabrotas, cantando boleros o rancheras, sacando a la luz detalles de su vida íntima y todo tipo de conductas «transgresoras».

El detonante de este comentario fue un acto al que asistí en la recién concluida Feria Internacional del Libro de Miami, donde la escritora española Ángela Vallvey (ganadora del premio Nadal) ilustró de maravillas esta tendencia a hacer de su intervención una suerte de ejercicio de banalización y superficialidad. Totalmente desconocida para el público que la escuchaba, la autora se dedicó a hablar de sus múltiples divorcios, de su disponibilidad como mujer para quien la quisiera, y a contar con el mayor desenfado chistes escatológicos, en un afán desesperado por ganarse el favor del auditorio. ¿No habría sido mejor que hablara de su obra y leyera un fragmento de alguna de sus novelas? El secreto quizás esté en que, como ella misma confesó «jocosamente», los títulos son lo único bueno que tienen sus libros. Al menos, esa fue la sospecha con la que nos quedamos algunos de quienes nos sentimos incómodos ante semejante derroche de superficialidad.

Lo peor fue que la autora que se hallaba a su lado, y que gentilmente había cedido el primer espacio a la invitada, sufrió las consecuencias de aquel desastroso comienzo. Evidentemente desconcertada, renunció a leer fragmentos de su novela y habló solo la mitad del tiempo que le hubiera correspondido, en un estado total de shock ante aquella muestra de mal gusto.

Podría recordar otros muchos casos de esta atroz tendencia que he presenciado en los últimos tiempos. De paso por Madrid, fui a la presentación que hizo el mexicano Xavier Velasco de su novela Diablo guardián, ganadora del premio Alfaguara. Para mi asombro, se comportó como un auténtico payaso, que incluso llegó a improvisar un rap para divertir a los invitados. ¿Tan mala será la novela que es necesario hacer todo ese show para convencer a la gente de que la compre? Confieso que no puedo pronunciarme al respecto, pues, en mi caso, su performance actuó como un antídoto que me ha mantenido —y me mantendrᗠalejado de la obra.

Otro incidente del que fui testigo, casualmente también ocurrió en España (aunque no sé si tan casualmente, porque la tendencia del escritor-histrión parece estar muy arraigada en ese país), cuando la escritora cubana Zoe Valdés habló con pelos y señales de la situación en Cuba —que ha convertido en su tema favorito de mercadeo— y se refirió festivamente a los efectos estomacales (específicamente gaseosos) que provocaba en ella y en la población cubana la ingestión excesiva de col.

No puedo, por respeto elemental a los lectores, repetir textualmente sus palabras, pero sí puedo decirles que un joven cuya nacionalidad no logré definir, atónito ante el nivel de grosería de las frases, le preguntó a alguien cercano si todas las mujeres cubanas hablaban de esa forma... (No, en la Feria de Miami la señora Valdés se comporta siempre como una damisela, avisada sobre lo pacatos que son todos en esa ciudad. Allí canta fragmentos de misas en sus presentaciones. Para oírla hablar como escribe, hay que darse un viajecito por España).

Otro ejemplo de showman es el peruano Jaime Bayly, quien en buena medida hace descansar la promoción de sus libros en el ya gastado y aburrido tema de su bisexualidad y en una cuidadosamente diseñada imagen de chico «cínico» e «impúdico». Incluso en una entrevista con un medio de prensa chileno, manifestó lo halagado que se siente de que muchos lo consideren «el Ricky Martin de los gays». Bueno, posiblemente en el futuro los premios del canal MTV incluyan entre sus rubros un galardón al mejor escritor light del año y, con un poco de suerte, el público se lo conceda al autor de La noche es virgen.

Y sería injusto dejar fuera del recuento a la española Lucía Etxebarría, ganadora del Nadal con Beatriz y los cuerpos celestes, quien posó desnuda para la revista Interviú en un inequívoco recurso para publicitarse y subrayar su aureola de «intelectual lanzada» de que hace gala en sus encuentros con el público. Lástima que su físico diste muchísimo de ser el de una chica sexy de calendario. Pero, ya se sabe, no hay nada perfecto.

¿Hasta dónde llegará esta «moda»? Que nadie se sorprenda si, en la próxima tertulia literaria, el autor hace su entrada disfrazado de Pato Donald o la autora se masturba con una botella de Coca-Cola. Todo parece ser válido para llamar la atención y vender libros. Quizás, al fin y al cabo, yo forme parte de un pequeño grupo de anticuados lectores que preferiría que los autores no trataran de seducir al público con guiños, anécdotas privadas y todo tipo de histrionismos y boutades, sino con el poder de las palabras que escriben.

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